En diciembre de 2010, Janine Kuttler tenía 33 años. Apenas unos meses atrás había dejado de amamantar a Diego, su único hijo. Durante la lactancia, había sentido dolor en la mama izquierda (parecido al que se siente antes del período menstrual) y tenía secreción constante por el pezón, que además estaba retraído. Y, aunque pensaba que la causa era el embarazo y todos los cambios hormonales que implica, tenía una duda latente.
Fue una tos la que llevó a Janine a un médico general, quien la revisó y le dijo que era una contractura la que le provocaba calambres en la espalda y el pecho, pero que el pezón retraído y el tejido hundido debajo de su seno izquierdo ameritaban practicar un estudio de monitoreo.
Ya en alguna ocasión se había palpado y sentido una bolita dura. Cuando fue a dar seguimiento a la recomendación hecha por el médico general, un ginecólogo le pidió un ultrasonido y el estudio arrojó que se trataba de una fibrosis. Sin embargo, el doctor le dijo que había evidencia en el seno y quería practicarle una biopsia escisional (cirugía para tomar una muestra de tejido) para ver si se trataba de un tumor maligno, pero a Janine le pareció que era un procedimiento muy radical.
El 24 de diciembre, unas horas antes de la cena de Navidad, consiguió que un oncólogo la revisara. Él le dijo que al parecer no era nada grave y que antes de pensar en operar había que hacer algunos estudios. El 10 de enero de 2011, cuando el médico revisó los resultados de su mastografía, ya no hubo más dudas: Janine tenía un tumor maligno dentro de la fibrosis que había mostrado el ultrasonido. Estaba en shock.
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Aunque el grupo de edad más afectado por el cáncer de mama en México es el de mujeres entre 60 y 64 años de edad, los casos en mujeres menores de 40 años han aumentado, de tal modo que, mientras en este país el 11 por ciento de los casos de la enfermedad se dan en ese sector de edad, en países desarrollados se trata solo del 3 por ciento. Un factor que evidencia estos números es, por principio, que la población mexicana es primordialmente joven.
Posibles causas
El cáncer es una enfermedad multifactorial, de la que -como explica la doctora Cynthia Villarreal, miembro del Departamento de Investigación y de Tumores Mamarios del Instituto Nacional de Cancerología (Incan)- no se conoce una causa en particular. Hay factores que han cambiado en la vida cotidiana de las mujeres y pueden significar una mayor incidencia de cáncer de mama.
El primero de ellos es hormonal, desencadenado por tener la primera menstruación muy joven o la última muy grande, el retraso de la etapa reproductiva y menor lactancia. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el uso de anticonceptivos orales y de tratamientos de sustitución hormonal también puede sumarse a este factor. El segundo es el sobrepeso y la obesidad causados por dietas basadas en grasas y carbohidratos, y el tercero, ingesta excesiva de alcohol.
Sin embargo, ninguno de estos elementos es determinante. Por su parte, la doctora Villarreal investiga si en la población mexicana pudiera existir mayor predisposición genética y más síndromes heredo-familiares. Aunque por el momento no se cuenta con mucha información al respecto, hasta ahora no se descarta la posibilidad de que hubiera un número mayor de casos en los que exista un gen mutado (BRCA1, BRCA2 y p53) que predisponga al cáncer de mama en mujeres jóvenes.
¿Por qué el cáncer regresa?
En el sector médico especializado se habla de que, mientras más joven sea una paciente al momento de diagnosticarle cáncer de mama, mayores son las posibilidades de que el cáncer pueda volver a presentarse, incluso en otras partes del cuerpo, acontecimiento que se conoce como metástasis. Algunos médicos señalan que el factor hormonal es el más importante para que esto suceda.
La doctora Villarreal no generaliza, puesto que hay diferentes cánceres de mama y varios subtipos que se clasifican de acuerdo a si hay o no expresión de tres receptores: estrógenos, progesterona y HER2/neu (proteína que participa en el crecimiento normal de las células, receptor de la tirosina cinasa).
Cuando se diagnostica cáncer de receptores hormonales positivos (HER2 negativo) u hormonosensible, se habla de tumores dependientes de estrógenos, que ocurren en el 60 por ciento de los casos, es decir, son los más frecuentes. Estas masas tienen un comportamiento menos maligno, crecen lentamente y el bloqueo de los estrógenos mediante terapias hormonales puede ser una estrategia eficiente para inhibir su crecimiento. Sin embargo, aunque las pacientes de mama con cáncer hormonosensible tienen mayor posibilidad de curación, son las que pueden recaer en cualquier momento, aunque lleven muchos años en remisión. La metástasis comúnmente se da en huesos, piel y tejido blando.
Por otro lado, el cáncer de receptores hormonales negativos (HER2 positivo) o triple negativo, implica tumores de rápido crecimiento, más agresivos, que suelen responder a la quimioterapia. A pesar de que en ocasiones pueden ser resistentes al tratamiento, a diferencia de los hormonosensibles, el lapso en el que las mujeres con este diagnóstico suelen recaer es dentro de los primeros tres a cinco años de estar en remisión y las partes afectadas suelen ser en hígado, pulmón o cerebro. Si después de ese tiempo no ha sucedido una metástasis, es muy difícil que se presente posteriormente.
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El 19 de enero de 2011 Janine Kuttler fue operada. Días antes supo que le practicarían una mastectomía radical (cirugía que retira todo el tejido de la mama) y, aunque parezca raro, eso le dio tranquilidad, pues detrás de ello había todo un plan de acción que seguiría hasta recuperar la salud.
Después de que un patólogo analizara el tumor que le retiraron, supo que se trataba de un carcinoma ductual infiltrante, grado II, de receptores hormonales positivos. Su tratamiento consistió en ocho ciclos de quimioterapia, de marzo a agosto de 2011 y, después, 30 ciclos de radioterapia.
Durante todo ese tiempo, a Janine le inquietaba haber conservado el seno derecho, pues había padecido un cáncer infiltrante y esa condición daba altas posibilidades de metástasis. Por voluntad propia decidió que le practicaran otra mastectomía radical en ese seno. Como la compañía de seguros no quiso cubrir ese procedimiento quirúrgico, retomó formalmente su trabajo como arquitecta para pagar la cirugía, y también pidió algunos préstamos.
En septiembre de 2012, un año después de haber terminado su primer proceso, pudo al fin entrar al quirófano para su segunda mastectomía. De nueva cuenta, el tejido que le quitaron fue enviado a patología. El resultado fue inesperado: ya había tumores malignos. El tratamiento contempló únicamente 30 ciclos más de radioterapia.
Pasaron algunos meses y, como parte de su seguimiento, Janine se realizó un PET (rastreo de células cancerígenas en todos los tejidos por medio de medicina nuclear) en mayo de 2013. Los resultados mostraron que tenía metástasis en hígado, pulmón y hueso. Esa recaída fue la más fuerte: era abrumador saber que la enfermedad estaba en tantos lugares.
Aunque el camino para exterminar la enfermedad no había sido nada fácil, Janine había logrado sacar al cáncer de su cuerpo en dos ocasiones. Los tratamientos le habían demostrado que era completamente posible mejorar y salvar la vida ante una enfermedad que es sinónimo de muerte. Pero en esa ocasión, por primera vez, un médico le dijo que ya no había nada que hacer.
Para Janine era completamente contradictorio escuchar ese pronóstico justo el día en que había superado su récord corriendo y llevaba ya varios meses de haber retomado la actividad física. Pensaba que no podía estar muriendo, que se sentía bien y que el diagnóstico era equivocado, pero el PET lo decía. Entonces buscó una segunda opinión.
Aunque el segundo médico corroboró el diagnóstico, enfrentó el padecimiento de una forma completamente diferente: mientras el primer médico había dicho que el caso era muy complicado porque había muchos tumores pequeños y eso era equivalente a apagar pequeños fuegos, el segundo doctor se enfocó en el tumor más grande, el que estaba en el hígado, y vislumbró que cuando este ya no existiera, significaría que ya no estarían tampoco los demás.
Después de la sacudida inicial, Janine simplemente pensó que, si el doctor creía que podía exterminar la enfermedad, ella también podía confiar. El tratamiento inició solo con hormonoterapia, pero no llegaron a los resultados esperados y hubo necesidad de recurrir, de nueva cuenta, a la quimioterapia.
A pesar de que el tratamiento fue mucho más largo (14 ciclos), parecía menos pesado que el primero, pues Janine ya conocía perfectamente los efectos secundarios que podía padecer, había aprendido a contar los días de malestar y a disfrutar el tiempo de tranquilidad antes de tener que regresar al hospital para el siguiente ciclo. Eso le permitió seguir disfrutando de su vida familiar al lado de su esposo y de su hijo, y planear su vida como si el cáncer no existiera en ella.
La parte más pesada de este proceso fue la incertidumbre de no saber desde el inicio cuántas quimios tomaría y estar a la espera constante de los resultados de los marcadores de antígenos, pruebas de sangre que se practican después de cada dos ciclos para conocer el nivel de actividad tumoral y monitorear el crecimiento o control de la enfermedad, de cuyos resultados depende la continuación o suspensión de las quimioterapias.
https://docs.google.com/spreadsheet/pub?key=0AkgvGYfW256QdHl5VHRjNTM4OElzX21ELThNQ3pOR0E&output=html
En cuanto a los cambios físicos, a diferencia de la primera vez, en esta ocasión Janine no perdió el cabello, porque utilizó una gorra con un sistema de bajas temperaturas que le colocaban durante las quimioterapias para enfriar su cuero cabelludo para evitar que el folículo piloso se abriera y se desprendiera el cabello. Decidió probar este tratamiento porque lo más fuerte que vivió durante su primer proceso fue quitarse el turbante delante de su hijo, y no fue por la reacción del niño, sino porque ella no había superado la pérdida del cabello.
En el tercer proceso, aunque los resultados de la gorra fueron buenos, sí sufrió la pérdida de varios mechones de pelo, y vivió en la angustia constante de pensar que lo perdería todo y, finalmente, tendría que raparse.
Después de más de un año en tratamiento, donde algunos esquemas funcionaron y otros no, y los niveles de antígenos bajaban y subían, Janine se hizo otro PET en agosto de 2014. Esta vez los resultados fueron inmejorables: su organismo estaba limpio de cáncer. Hasta ese momento supo que había llegado a la meta, después de sentir, durante meses, que estaba a punto de terminar un maratón, pero no sabía cómo cerrar los últimos 100 metros.
Hace unos días, Janine vivió la segunda reconstrucción estética de sus senos, pues las radiaciones de su segundo proceso movieron la prótesis que le colocaron en la primera reconstrucción. Ahora el procedimiento consistió en retirar tejido de su abdomen y con el colgajo dar forma a sus nuevos senos.
Esta cirugía representa para Janine el fin de un ciclo que fue muy pesado, en el que nunca planeó nada y simplemente vivió día a día, se mantuvo activa, pensando en sus proyectos y administrando su tiempo entre su familia, su trabajo y el tratamiento médico. Nunca le faltaron manos cuando necesitó ayuda con su hijo, y el papel que jugaron él y su esposo fue fundamental para que siguiera disfrutando la vida y, una vez pasada la resaca de las quimios, ir a la playa, al cine o a donde fuera, y dejar el cáncer lejos de ellos.
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Es fundamental, dice la doctora Villarreal, saber que, aunque los números indican que el cáncer de mama aún no es una enfermedad común en mujeres menores de 40 años, es una realidad que ocurre en ese grupo de edad. En ocasiones, tanto como los médicos como las pacientes minimizan el problema porque dudan que ciertas sintomatologías puedan señalar malignidad en mujeres jóvenes.
Por ello, es importante concienciar a todos los grupos involucrados y dejar claro que el cáncer de mama puede presentarse mucho antes de cumplir 40 años. Estar bajo ese entendido, permite detectarlo a tiempo para dar el tratamiento adecuado, ampliar las posibilidades de curación y disminuye el riesgo de que la enfermedad recurra.
Por otro lado, el impacto de la enfermedad es muy diferente cuando la viven mujeres jóvenes, pues están en una etapa de la vida en la que buscan consolidarse en el sentido profesional, económico y personal. Algunas piensan en casarse y tener hijos, por lo que las repercusiones médicas y psicológicas son más fuertes. El problema, apunta la doctora, es que a los oncólogos en general se les entrena para atender a pacientes en un rango de edad mayor y no abordan los aspectos particulares de las mujeres jóvenes.
Para Gina Tarditi, psicóloga consejera de la Asociación Mexicana de la Lucha Contra el Cáncer, son muchos los factores que inciden dentro de la respuesta que una paciente pueda tener frente al cáncer de mama, como su personalidad, su actitud, si ya tuvo hijos o desea tenerlos, si tiene pareja o no, si su vida diaria o su sexualidad se han visto afectadas por el padecimiento.
Pero no es sano vivir con miedo. En el caso de una paciente con cáncer, esa situación debe ir cediendo con el tiempo y, los chequeos médicos significan un aumento de tensión, cada quien debe prepararse para esos momentos con las herramientas que considere necesarias, como meditación, yoga, ejercicios de respiración u otras alternativas.
De igual forma, la aparición de casos en mujeres jóvenes exige replantear y no solo recomendar una mastografía a los 40 años, sino saber que la autoexploración a partir de los 20 años, de forma mensual (entre cinco a siete días después de haber iniciado el período menstrual) es el primer paso hacia el diagnóstico oportuno, e invitar a las mujeres a conocer sus senos, a saber identificar los cambios en ellos y acudir al doctor para una exploración más formal.
A partir de los 25 años la revisión anual médica con exploración mamaria es indispensable y, si hay hallazgos el médico seguramente indicará las evaluaciones necesarias, con estudios de apoyo, como el ultrasonido.
Por su parte, la mastografía no es recomendable a esa edad, pues en ese momento el tejido glandular de las mamas es muy denso y el estudio no arroja resultados claros. Por tanto, la exploración por parte de las mujeres y los médicos recobra importancia.
Finalmente, aunque el cáncer de mama no es prevenible, llevar un estilo de vida sano, con una dieta balanceada y actividad física constante, puede ser un factor que ayude a disminuir las posibilidades de que se presente. Y, ante él, lo mejor es saber que un diagnóstico oportuno puede contribuir a lograr mejor calidad de vida para las pacientes, durante y después del tratamiento.
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